miércoles, 25 de noviembre de 2009

Emil Mihai Cioran

Silogismos de la amargura

E. M. Cioran

· Nada seca tanto la inteligencia como la repugnancia a concebir ideas oscuras.

· Para quien haya respirado la Muerte, ¡qué desolación el olor del Verbo!

· Más que un error de fondo, la vida es una "falta de gusto" que ni la muerte, ni siquiera la poesía, logran corregir.

· La filosofía sirve de antídoto contra la tristeza. Y hay quienes creen aún en la profundidad de la filosofía.

· Aunque pudiera luchar contra un ataque de depresión, ¿en nombre de qué vitalidad me ensañaría con una obsesión Aunque pudiera luchar contra un ataque de depresión, ¿en nombre de qué que me pertenece, que me precede?. Encontrándome bien, escojo el camino que me place; una vez "tocado", ya no soy yo quien decide: es mi mal. Para los obsesos no existe opción alguna: su obsesión ha elegido ya por ellos. Uno se escoge cuando dispone de virtualidades indiferentes; pero la nitidez de un mal es superior a la diversidad de caminos a elegir. Preguntarse si se es libre o no: bagatela a los ojos de un espíritu a quien arrastran las calorías de sus delirios. Para él, ensalzar la libertad es dar pruebas de una salud indecente. ¿La libertad?. Sofisma de la gente sana.

· Si apenas he obtenido ideas de la tristeza, es porque la he amado demasiado para empobrecerla ejercitándome en ella

· Somos todos unos farsantes. sobrevivimos a nuestros problemas.

· Sufrimos: el mundo exterior comienza a existir...; sufrimos demasiado: desaparece. El dolor lo suscita únicamente para desenmascarar su irrealidad.

· Cuanto más difuso sea el objeto de una pasión, mejor ella nos destruye; la mía fue el Hastío: sucumbí a su imprecisión.

· La fe, la política o la violencia reducen la desesperación; por el contrario, todo deja intacta a la melancolía: ella sólo podría cesar con nuestra sangre.

· En un mundo sin melancolía los ruiseñores se pondrían a eructar.

· Gracias a la melancolía -ese alpinismo de los perezosos-, escalamos desde nuestro lecho todas las cumbres y soñamos en lo alto de todos los precipicios.

· Si alguna vez has estado triste sin motivo, es que lo has estado toda tu vida sin saberlo.

· La tristeza: un apetito que ninguna desgracia satisface.

· Oriente se interesó por las flores y el renunciamiento. Nosotros le oponemos las máquinas y el esfuerzo, y esta melancolía galopante -último sobresalto de Occidente.

· Vivo únicamente porque puedo morir cuando quiera: sin la idea del suicidio, hace tiempo que me hubiera matado.

· El deseo de morir fue mi única preocupación; renuncié a todo por él, incluso a la muerte.

· Dejad de pedirme mi programa: ¿Acaso respirar no es uno?.

· Si exprimiéramos el cerebro de un loco, el líquido obtenido parecería almíbar al lado de la hiel que segregan algunas tristezas.

· Sin la esperanza de un dolor aun mayor, no podría soportar éste de ahora, aunque fuese infinito.

· Refutación del suicidio: ¿No es inelegante abandonar el mundo que tan gustosamente se ha puesto al servicio de nuestra tristeza?.

· Sólo se suicidan los optimistas, los optimistas que ya no logran serlo. Los demás, no teniendo ninguna razón para vivir, ¿por qué la tendrían para morir?.

· ¿Superará el hombre algún día el golpe mortal que le ha dado la vida?.

· Creo en la salvación de la humanidad, en el porvenir del cianuro.

· Mi avidez de agonías me ha hecho morir tantas veces que me parece indecente abusar aún de un cadáver del que ya nada puedo sacar.

· Quien teme perder su melancolía, quien tiene miedo a superarla, con qué alivio constata que sus temores no tienen fundamento, que ella es incurable...

Cioran

El último delicado

Cioran habla de Borges

París, 10 de diciembre de 1976


Querido amigo:

El mes pasado, durante su visita a París, me pidió usted que colaborara en un libro de homenaje a Borges. Mi primera reacción fue negativa; la segunda también. ¿Para qué celebrarlo cuando hasta las universidades lo hacen? La desgracia de ser conocido se ha abatido sobre él. Merecía algo mejor, merecía haber permanecido en la sombra, en lo imperceptible, haber continuado siendo tan inasequible e impopular como lo es el matiz. Ese era su terreno. La consagración es el peor de los castigos -para el escritor en general y muy especialmente para un escritor de su género. A partir del momento en que todo el mundo lo cita, ya no podemos citarle o, si lo hacemos, tenemos la impresión de aumentar la masa de sus ``admiradores'', de sus enemigos. Quienes desean hacerle justicia a toda costa no hacen en realidad más que precipitar su caída. Pero no sigo, porque si continuase en este tono acabaría apiadándome de su destino. Y tenemos sobrados motivos para pensar que él mismo se ocupa ya de ello.


Creo haberle dicho un día que si Borges me interesa tanto es porque representa un espécimen de humanidad en vías de desaparición y porque encarna la paradoja de un sedentario sin patria intelectual, de un aventurero inmóvil que se encuentra a gusto en varias civilizaciones y en varias literaturas, un monstruo magnífico y condenado. En Europa, como ejemplar similar, se puede pensar en un amigo de Rilke, Rudolf Kassner, que publicó a principios de siglo un excelente libro sobre la poesía inglesa (fue después de leerlo, durante la última guerra, cuando me decidí a aprender el inglés) y que ha hablado con admirable agudeza de Sterne, Gogol, Kierkegaard y también del Magreb o de la India. Profundidad y erudición no se dan juntas; él había logrado sin embargo reconciliarlas. Fue un espíritu universal al que sólo le faltó la gracia, la seducción. Es ahí donde aparece la superioridad de Borges, seductor inigualable que llega a dar a cualquier cosa, incluso al razonamiento más arduo, un algo impalpable, aéreo, transparente. Pues todo en él es transfigurado por el juego, por una danza de hallazgos fulgurantes y de sofismas deliciosos.


Nunca me han atraído los espíritus confinados en una sola forma de cultura. Mi divisa ha sido siempre, y continúa siéndolo, no arraigarse, no pertenecer a ninguna comunidad. Vuelto hacia otros horizontes, he intentado siempre saber qué sucedía en todas partes. A los veinte años, los Balcanes no podían ofrecerme ya nada más. Ese es el drama, pero también la ventaja de haber nacido en un medio ``cultural'' de segundo orden. Lo extranjero se había convertido en un dios para mí. De ahí esa sed de peregrinar a través de las literaturas y de las filosofías, de devorarlas con un ardor mórbido. Lo que sucede en el Este de Europa debe necesariamente suceder en los países de América Latina, y he observado que sus representantes están infinitamente más informados y son mucho más cultivados que los occidentales, irremediablemente provincianos. Ni en Francia ni en Inglaterra veía a nadie con una curiosidad comparable a la de Borges, una curiosidad llevada hasta la manía, hasta el vicio, y digo vicio porque, en materia de arte y de reflexión, todo lo que no degenere en fervor un poco perverso es superficial, es decir, irreal.


Siendo estudiante, tuve que interesarme por los discípulos de Schopenhauer. Entre ellos, un tal Philip Mainlander me había llamado particularmente la atención. Autor de una Filosofía de la Liberación, poseía además para mí el aura que confiere el suicidio. Totalmente olvidado, yo me jactaba de ser el único que me interesaba por él, lo cual no tenía ningún mérito, dado que mis indagaciones debían conducirme inevitablemente a él. Cuál no sería mi sorpresa cuando, muchos años más tarde, leí un texto de Borges que lo sacaba precisamente del olvido. Si le cito este ejemplo es porque a partir de ese momento me puse a reflexionar seriamente sobre la condición de Borges, destinado, forzado a la universalidad, obligado a ejercitar su espíritu en todas las direcciones, aunque no fuese más que para escapar a la asfixia argentina. Es la nada sudamericana lo que hace a los escritores de aquel continente más abiertos, más vivos y más diversos que los europeos del Oeste, paralizados por sus tradiciones e incapaces de salir de su prestigiosa esclerosis.


Puesto que le interesa saber qué es lo que más aprecio en Borges, le responderé sin vacilar que su facilidad para abordar las materias más diversas, la facultad que posee de hablar con igual sutileza del Eterno Retorno y del Tango. Para él cualquier tema es bueno desde el momento en que él mismo es el centro de todo. La curiosidad universal es signo de vitalidad únicamente si lleva la huella absoluta de un yo, de un yo del que todo emana y en el que todo acaba: comienzo y fin que puede, soberanía de lo arbitrario, interpretarse según los criterios que se quiera. ¿Dónde se halla la realidad en todo esto? El Yo, farsa suprema. El juego en Borges recuerda la ironía romántica, la exploración metafísica de la ilusión, el malabarismo con lo ilimitado. Friedrich Schegel, hoy, se halla adosado a la Patagonia.


Una vez más, no podemos sino deplorar que una sonrisa enciclopédica y una visión tan refinada como la suya susciten una aprobación general, con todo lo que ello implica. Pero, después de todo, Borges podría convertirse en el símbolo de una humanidad sin dogmas ni sistemas, y si existe una utopía a la cual yo me adheriría con gusto, sería aquella en la que todo el mundo le imitaría a él, a uno de los espíritus menos graves que han existido, al último delicado.


E.M. Cioran

BREVIARIO DE LOS VENCIDOS

«¿Tengo que dar gracias a la razón porque todavía soy y me abro camino en los asuntos del mundo? Tal vez a ella también. Pero en última instancia. ¿A los hombres? ¿A las apariencias? Ni unos ni otras han estado presentes cuando ya no era. Siempre me ayudaron después.

»Pero cuando los desarraigos del mundo penetraban en el Barrio Latino y tú ibas con tu exilio a cuestas entre tantos Ahasverus, ¿de dónde sacabas las fuerzas para soportar las malditas servidumbres del corazón y el zumbido de la soledad en medio de la niebla soñadora de los bulevares? ¿Ha habido en el bulevar Saint-Michel algún extranjero más extranjero que tú y al que cualquier puta o algún pedigüeño le haya aspirado con más fruición su perfume barato?

»Justamente como los forasteros hispanos, africanos o asiáticos en la Roma decadente saboreaban el ocaso de la cultura entre la confusión de los sistemas y de las religiones y, carentes de ideales, se refocilaban con las dudas de la Urbe, así deambulas tú, desengañado, durante el crepúsculo de la Ciudad de la Luz [...].

»En las calles respiras el aire de vacío del ocaso y te inventas auroras como si no quisieras reconocer que tú también participas del ocaso de la Ciudad. Y entonces te elevas, por un acto de voluntad, por encima de ella. Y quieres salvarte. ¿Quién o qué podrá ayudarte en la Ciudad?

»Nada, no me ha ayudado nada. Y si no hubiese tenido a mi alcance el largo del Concierto para dos violines de Bach, ¿cuántas veces no habría terminado? A él le debo el ser todavía. En la dolorosa e inmensa gravedad que me balanceaba fuera del mundo, del cielo, de los sentidos, de los pensamientos, todos los consuelos bajaban hacia mí y, como por encanto, volvía a ser, ebrio de agradecimiento. ¿A qué? A todo y a nada. Porque en ese largo hay una ternura por la nada, allí el estremecimiento alcanza su perfección dentro de la perfección de la nada.

»Ningún libro me sostenía en el barrio de la enseñanza, ninguna creencia me mantenía, ningún recuerdo me fortalecía. Y cuando las casas se perdían entre azuladas brumas, cuando, septentrional y desierto, el Luxemburgo en pleno invierno nadaba en la escarcha y la humedad enmohecía los huesos y los pensamientos, lejos del presente, me quedaba embobado en mitad de la ciudad. Entonces me abalanzaba angustiado hacia la fuente de los consuelos y desaparecía y resucitaba en brazos de sonoras ausencias».

E. M. Cioran


«MÁS ALLÁ DE LA NOVELA»

«Y si no hicieras nada más que escribir tu vida, toda tu vida, al menos la habrías creado».

ELIAS CANETTI

Nadie menos sospechoso que Cioran de reducir el universo «a las articulaciones de la frase», de emancipar la prosa del objeto y del mundo; y sin embargo, nadie más escrupuloso de las palabras, más exquisito del verbo y vinculado al estilo. Asqueado del vocablo y, empero, tan diestro en él como solo lo lograron algunos –pienso en Nietzsche o en Canetti.

Anti-filósofo y anti-dialéctico, la escritura de Cioran despide, con todo, dialéctica y sollozo compartidamente. Respecto al sollozo, no es preciso extenderse aquí; como escribí en la revista Suspiria, Cioran ha tratado todos los temas más apremiantemente filosóficos desde su experiencia de la amargura. Es un exquisito de la desesperación porque no ha sorteado los escollos de la duda ni del paroxismo que calcina la sangre, ni pone emplastos sobre el destino angustiado que sobreviene luego del hartazgo de existir, pues «El mero hecho de ser es tan grave que, comparado con él, Dios es pura bagatela».

Cioran es dialéctico en tanto que reflexivo y polemista. Si de atacar la novela se trata, no es tanto por el anhelo de dirimir el asunto (por el contrario, él mismo asume, luego de sostener el acabamiento de la literatura, su incompetencia para solucionar o concluir la cuestión), sino inducido por la pasión intelectual y viviente con que abordaba todos los temas. Además, la novela aparece, en el texto que discuto («Más allá de la novela», v. bibliografía), vinculada a otros conceptos y nociones recurrentes en la obra de nuestro pensador. Así, por ejemplo, están la apelación a la civilización, a la psicología (y en particular a los «complejos», al «carácter» y al «yo»), a la tragedia, a la historia.

Confesaba Cioran, en El ocaso del pensamiento, que «El papel del pensador es retorcer la vida por todos sus lados, proyectar sus facetas en todos sus matices, volver incesantemente sobre todos sus entresijos, recorrer de arriba abajo sus senderos, mirar una y mil veces el mismo aspecto, descubrir lo nuevo solo en aquello que no haya visto con claridad, pasar los mismos temas por todos los miembros, haciendo que los pensamientos se mezclen con el cuerpo, y así hacer jirones la vida pensando hasta el final. ¿No resulta revelador de lo indefinible de la vida, de sus insuficiencias que solo los añicos de un espejo destrozado puedan darnos su imagen característica?».

No resultará extraño, por tanto, que para él haya «una relación entre el ritmo fisiológico y la manera de escribir de un escritor»; o que, en punto a los complejos, vea en estos una suerte de «esnobismo» que acrecienta nuestro yo, profundiza en presuntas facultades del mismo y «engrandece nuestras naderías». El novelista entrega su vida al público merced a una falta de pudor; se inventa una vida porque en realidad no la tiene, porque en realidad no existe: la paradoja del «civilizado» –siempre según Cioran– consiste en tamizar sus secretos y disfrazarlos de efectos buscados... A través de la novela, engaña al mundo y disimula la inconveniencia de sus profundidades. ¡Qué contraste con el místico! Lo que critica Cioran es que el novelista, al contrario que el místico (y hay que pensar en la importancia capital que para este escritor tuvieron los místicos y el sentido de la religiosidad más radical), escamotea «nuestros auténticos problemas», interponiendo una pantalla «entre nuestras realidades primordiales y nuestras ficciones psicológicas». La paradoja del autor, de todos nosotros, es que somos hijos de la novela («civilización occidental, civilización de la novela», escribe el rumano). Género al cual, puesto que viola toda intimidad, reprocha Cioran el que sea banal: «Páginas y páginas: acumulaciones de naderías», afirma.

La de Cioran con la novela es una relación de amor / odio. Reconoce que los libros más conmovedores y, quizá, los más grandes que ha leído eran novelas (cómo no recordar al Cioran que elogia a Gógol y a Dostoievski, o incluso al Cioran íntimo de Beckett); pero, al mismo tiempo llama a la novela «prostituta de la literatura», oponiendo el héroe trágico al personaje de la novela: en la tragedia, el autor es «instrumento» al servicio de los héroes, «son ellos los que mandan y le intiman a redactar el acta de sus hechos y gestos»; las novelas, sin embargo, no son independientes de la psicología, «siempre pensamos en el novelista», en tanto que el personaje está desprovisto de destino y de «aliento cósmico», de «carácter».

Lo que importuna a Cioran de la psicología es que se convierta en «el único tipo de profundidad del que somos susceptibles». Incapaces metafísicamente, la psicología encubre las variaciones afectivas a que remite nuestra «vida interior», pues al procurar interpretar dicha vida, en realidad desplaza el fondo de nosotros mismos, al menos en el sentido místico al cual remite continuamente este autor. Y, por otro lado, «la novela hubiera sido inconcebible en un período de florecimiento metafísico: es imposible imaginársela prosperando en la Edad Media, ni en Grecia, India o China clásicas». El personaje novelesco no alcanza jamás el absoluto, designio metafísico por antonomasia. Y si los héroes dostoievskianos nos son tan familiares es porque nos intriga su ineptitud para salvarse, su impaciencia por decaer. «Es por su condición de santo fallido por lo que el príncipe epiléptico se sitúa en el centro de una intriga, pues la santidad realizada es contradictoria con el arte de la novela».

La inteligibilidad está en crisis. Según Cioran, el artista ha devenido esteticista, y, merced a una «exacerbación del intelecto acompañada de una disminución del instinto», cuenta más el comentario que precede o sucede a la obra que la propia obra: «es el individuo quien hace al arte, no ya el arte quien hace al individuo». Aunque Cioran no emplea el término postmodernidad, podemos recurrir a él para referirnos a estas cuestiones. En efecto, sucede que el presente estado del arte es consumadamente ecléctico, y Cioran critica lo que refiere al artista en tanto que «glosador». El artista de hoy recurre a lo oscuro en menoscabo de lo inteligible y del «sentido». En literatura, opina Cioran, el eclecticismo resulta en un saber que no sería sino «universalidad de superficie [...] Quiebra de una época en la que la historia del arte sustituye al arte y la de las religiones a la religión». Por cierto, crítica esta que nos recuerda el reproche que Cioran le hacía a su compatriota Mircea Eliade.

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Milan Kundera, en El arte de la novela, ofrece una visión sugerente en torno a la novela y a la modernidad. Para empezar, sostiene que «la sabiduría de la novela es diferente de la de la filosofía». Según él, la novela no nace del espíritu teórico sino del espíritu del humor... Su definición de novela como «arte inspirado por la risa de Dios» nos infundiría la sospecha de si el eco de Éste se ha transfigurado, puesto que, como reconoce Kundera, «la modernidad se ha vestido con el ropaje del kitsch». ¿Qué hay, entonces, de y en la postmodernidad? ¿Es la llegada de la novela «sin materia»?...

Cioran se refiere al desvanecimiento de la materia de la literatura. Pero para él, dicho desvanecimiento provendría del ocaso del propósito de la literatura: «farsa de nuestras interrogaciones, de nuestros problemas, de nuestras ansiedades». Producto de la necesidad que tiene el civilizado de inventarse una vida. Es más: Cioran opina que el novelista expresa bien «la obsesión moderna por la historia y la psicología».



En el colmo de su reflexión, Cioran esgrime siempre un fino y escéptico humor; por ejemplo, cuando se pregunta: «¿Acaso hay un solo acontecimiento que valga la pena de ser relatado?». Pero ¿cómo no agradecerle al autor de este texto que, como en toda su obra, nos arrastre, mediante la escritura, hacia una aventura más allá de lo libresco? Es el «tono», que él mismo define como «lo que no puede inventarse, aquello con lo que se nace [...] una gracia heredada, el privilegio que tienen algunos de hacer sentir su pulsión orgánica, el tono es más que el talento, en su esencia».

Guillermo da Costa

Magia de la decepción

La profundidad de una pasión se mide por los sentimientos bajos que encierra y que garantizan su intensidad y su duración.

La música sólo existe mientras dura la audición, como Dios mientras dura el éxtasis.
El arte supremo y el ser supremo poseen en común el hecho de depender totalmente de nosotros.


Romper con los dioses, con los antepasados, con la lengua y con el país propios, romper sin más, es ciertamente una experiencia terrible, pero también exaltadora, una experiencia que buscan ávidamente los desertores y más aún los traidores.

Podemos obtener más o menos todo, salvo lo que en secreto deseamos. Es sin duda justo que lo que más nos interesa resulte inalcanzable, que lo esencial de nosotros mismos y de nuestro camino permanezca oculto e irrealizado. La Providencia ha hecho bien las cosas: que cada cual saque provecho y se enorgullezca del prestigio derivado de las derrotas íntimas.

(…)
¿Su caída? La locura del cambio, fruto de la curiosidad, fuente de todas las desgracias. –De esa manera, lo que para nuestro primer antepasado no fue más que un capricho, iba a ser para todos nosotros ley.

Salir indemne de la vida –eso es algo que podría suceder, pero que sin duda no sucede jamás.

Los desastres demasiado recientes poseen el inconveniente de impedirnos discernir sus lados positivos.

Fueron Schopenhauer y Nietzsche quienes mejor hablaron en el siglo pasado del amor y de la música. Sin embargo, los dos no frecuentaron más que los burdeles y en cuestión de músicos, el primero adoraba a Rossini y el segundo a Bizet.

La conciencia: suma de nuestros malestares desde el nacimiento hasta nuestro estado actual. Los malestares se desvanecieron; la conciencia permanece –pero ha perdido sus orígenes… e incluso los ignora.

Confiaba en poder asistir en vida a la desaparición de nuestra especie. Pero los dioses no me han sido favorables.

Nadie tanto como él tenía el sentido de la irrealidad de todo. Cada vez que le hablaba de ello me citaba, con una sonrisa cómplice, la palabra sánscrita lila, que significa gratuidad absoluta según el Vedanta, creación del mundo por diversión divina. ¡Cuánto reímos juntos de todo! Y ahora él, el más jovial de los desengañados, se encuentra bajo tierra por culpa suya, por haberse dignado tomar por una vez la nada en serio.

Emil Mihai Cioran (Émile Michel Cioran) (Răsinari Städterdorf en alemán, Resinár en húngaro—, Sibiu, Rumania, entonces parte del Imperio Austrohúngaro, 8 de abril de 1911 - Paría, 20 de junio de 1995) Filósofo de origen rumano. La mayor parte de sus obras se publicó en lengua francesa.

Cioran fue hijo de un sacerdote ortodoxo. Asistió a la Universidad de Bucarest, donde en 1928 conoció a Eugène Ionesco y a Mircea Eliade.

Un hecho que le pudo haber marcado es que en 1935 su madre le dijo que si hubiera sabido que iba a ser tan infeliz hubiera abortado. "Soy sólo un accidente. ¿Por qué debo tomarme en serio?"

El pesimismo de Cioran es más complejo. Es un sentimiento presente en aquellos que observan el abismo y tienen que seguir existiendo con el trágico conocimiento que han descubierto. Por ello no es fácilmente explicable por estos hechos simples.

En 1937 continuaba sus estudios en el Instituto Francés en París, donde vivió la mayor parte del resto de su vida. "No tengo nacionalidad, el mejor estatus posible para un intelectual".

Sus primeros trabajos se publicaron en rumano, pero posteriormente escribiría exclusivamente en francés. Su estilo se basa en afirmaciones cortas y aforismos, fuertemente influidos por Nietzsche y el pesimismo de Schopenhauer o Philipp Mainländer.

William H. Gass definió el trabajo de Cioran como "un romance filosófico en temas modernos como la alienación, el absurdo, el aburrimiento, la futilidad, la decadencia, la tiranía de la historia, la vulgaridad del cambio, la conciencia como agonía, la razón como enfermedad"

Sentía una fuerte frustración por el hecho de existir, lo cual le llevaba a un fuerte enfrentamiento consigo mismo: "La gente me produce asco, tengo asco hasta de mí mismo. Deseo una destrucción completa de todo lo humano, incluidos ellos e incluido yo, ya que no soy especial ni mejor que ellos"

En sus escritos remarcó su especial predilección por dos pueblos, el ruso y el español, en su virtud de "pueblos derrotados".

En España marcó profundamente a Fernando Savater; éste último escribió un ensayo (Ensayo sobre Cioran, Espasa-Calpe, 1992) sobre él, tradujo y prologó algunas de sus obras. En México fue traducido por María Esther Seligson.

Cioran encontraba especialmente sugerente el suicidio como forma de vida. Consideraba la muerte como la única existencia real, siendo la vida, a la que llamaría la "gran desconocida", fuente de todo dolor por la imposibilidad de asegurar la existencia. A pesar de ello, murió de Alzheimer a avanzada edad.

Se le relaciona comúnmente con otros autores rumanos como Tristan Tzara.

Provocador a ultranza, este pensador rumano animó durante su vida innumerables controversias contra lo establecido, contra las ideas constituidas en norma o dogmatismo. Fascinado por instaurar un pensamiento a contracorriente, en el cual el cinismo tiene un lugar preponderante, escribió su obra aforística sin concesión alguna. Entre Diógenes El Cínico y Epicuro de Samos, funda una filosofía el el siglo XX, afín a esos presocráticos, donde la amargura era sublimada por la ironía.

«¡Ojalá Dios hubiese hecho este mundo tan perfecto como Bach lo hizo divino!».


***
«Sin Bach, la teología carecería de objeto, la Creación sería ficticia, la nada perentoria.
»Si alguien debe todo a Bach es sin duda Dios».

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«Cuando escuchamos a Bach, vemos germinar a Dios. Su obra es generadora de divinidad».

***
«Tras un oratorio, una cantata o una “Pasión”, Él tiene que existir. De lo contrario toda la obra del Cantor sería una ilusión desgarradora» […].

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«En la iglesia de Saint-Séverin, escuchando al órgano El Arte de la Fuga, me repetía: “He aquí la refutación de todos mis anatemas”».


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